Tal y como informamos hace unos días en Infocop, el pasado 2 de julio de 2012, el Grupo Parlamentario Popular registró, en el Congreso de los Diputados, una proposición no de ley relativa a la promoción de medidas con las que impulsar un mejor tratamiento de la salud mental infanto-juvenil. Una medida, que de salir adelante, dará respuesta a la demanda que desde hace años vienen realizando las asociaciones de familiares de niños con problemas de salud mental ante la escasez de especialistas y de recursos adaptados a las necesidades de esta población en nuestro país.
Dada la trascendencia de esta iniciativa, que se debatirá en los próximos meses en el Congreso de los Diputados, Infocop ha entrevistado a una de las expertas en psicología infanto-juvenil de nuestro país, Victoria del Barrio. Esta profesora de la Facultad de Psicología de la UNED, que posee una amplia experiencia en el ámbito de los trastornos del estado de ánimo en niños y adolescentes, nos ofrece un análisis de la situación del sistema sanitario público en lo que respecta a la atención de este colectivo, así como analiza las implicaciones que supondría la aprobación de la mencionada proposición no de ley. | Victoria del Barrio |
ENTREVISTA
Para introducir el tema, ¿cuáles son los trastornos de salud mental más frecuentes entre la población infanto-juvenil en nuestro país y su nivel de prevalencia?
La OMS estima que los trastornos infantiles considerados en su totalidad oscilan entre un 10 y un 20% de la población, pero en los estudios empíricos sobre diversas poblaciones esta variación es mayor, ya que va de un 7 a un 30%. Si nos centramos en nuestro país y en los trastornos más habituales, tenemos en primer lugar, como más frecuentes, los problemas de aprendizaje, que varían entre el 15 y el 30%, según autores y dependiendo de los niveles de intensidad. En segundo lugar, siguen los problemas de conducta, que oscilan entre un 10 y un 20%. En tercer lugar, se encuentra la ansiedad, que se sitúa entre un 5 y un 20%. Finalmente, se encuentra la depresión, con una incidencia entre el 2 y el 15%, según los distintos niveles de edad. Sin embargo, hay trastornos mucho menos prevalentes, como son el retraso mental (1%), los trastornos del espectro autista (1%) o la anorexia (3%) que, aunque menos frecuentes, por su gravedad representan un gran reto y un costo social importante.
La variabilidad de las cifras viene dada por los distintos niveles de edad, el sexo, la clase social y otros elementos circunstanciales. Estos factores son los que hacen a determinadas poblaciones más vulnerables. Es también importante señalar que los trastornos afectivos, tales como la ansiedad y la depresión, tienen en nuestro país una prevalencia semejante a las de otros países análogos, pero parece que los problemas exteriorizados (trastornos de conducta, oposición, etc.) son superiores en nuestro entorno y, en general, en todos los países latinos, probablemente por una permisividad excesiva en nuestra sociedad hacia ese tipo de comportamientos, que no se inhiben en sus primeras manifestaciones.
Actualmente, ¿en qué situación se encuentra la atención a los problemas de salud mental a niños y adolescentes en nuestro sistema sanitario público?
En líneas generales, los problemas psíquicos con evidente base o consecuencias orgánicas están contemplados en nuestro sistema sanitario, pero aquellos trastornos que tienen principalmente raíces y consecuencias conductuales tienen una atención muy escasa. Póngase por ejemplo la hiperactividad (sea cual sea su causa) cuyas consecuencias conductuales y de aprendizaje son tan importantes. Los niños que la padecen se están tratando, en la mayor parte de los casos, fuera del sistema sanitario.
El pasado 2 de julio el grupo Parlamentario Popular registró en el Congreso una proposición no de ley para impulsar el tratamiento de la salud mental que se presta a este colectivo. Como experta en el área, ¿qué opinión le merece esta iniciativa?
Es un logro más de las personas que están trabajando en este campo, especialmente el COP. La proposición me parece muy positiva, porque es poner al alcance de todos lo que hoy lo es de los que tienen suficiente información y dinero para costearse una asistencia especializada. Sin embargo, tenemos que pensar que no es suficiente con que se llegue a crear un órgano, sino que además es necesario que esté bien dotado de personal experto, estructurado en función de las distintas actividades que le competen y con la suficiente envergadura que haga posible atender eficazmente a la demanda. Por ejemplo, en algunos centros de salud hay asistencia psicológica, pero la demanda es tan grande que la frecuencia de visitas para asistencia psicológica es de una vez al mes. Nada más consultar cualquier protocolo de asistencia terapéutica psicológica se hace patente que esto es, a todas luces, insuficiente y, lo que es más grave, que tiene como consecuencia un menoscabo de su eficacia.
En la proposición se solicita, entre otras cuestiones, que se elabore un Plan de Salud Mental Infanto-Juvenil, que se refuercen unidades específicas de salud mental infanto-juvenil y que se incida en el diagnóstico precoz y la intervención temprana. ¿Qué implicaciones tendrían estas medidas?
Como en cualquier otro tema relacionado con la salud, la prevención primaria es fundamental. Esa prevención comienza por las campañas informativas dirigidas a que la mayor parte de la población conozca los factores de riesgo de las alteraciones infantiles y, de esta manera, se evite generarlos. Esta tarea, para que posea calidad y eficacia, tiene no sólo que ser elaborada por expertos sino que ha de ser llevada a cabo sistemáticamente con la periodicidad pertinente que se recomienda en todas las campañas de prevención. |
Por otra parte, está la intervención preventiva en grupos de riesgo que son sobradamente conocidos (por ejemplo, la clase social deprimida, familias desestructuradas, abuso, problemas previos, enfermedad, drogadicción paterna, etc.). Estos grupos tienen una mayor probabilidad de desarrollar trastornos y, por eso, sobre ellos es insuficiente una labor meramente informativa y se impone una acción preventiva.
Estos dos niveles de prevención, si se programan adecuadamente, a la larga permitirán la disminución de la incidencia de la mayor parte de los trastornos, pero esto sólo acontecerá a largo plazo. Por tanto, se hace necesario otro tipo de prevención, una labor preventiva de casos, como es la búsqueda activa de casos premórbidos o mórbidos, es decir, que se mueven en el borde mismo de desencadenarse el problema, lo que exige ya una labor evaluativa de despistaje o cribado para localizarlos. Esto es algo que debe llevarse a cabo en la escuela, pero siempre por expertos que estén relacionados con esos núcleos de salud mental infanto-juvenil. Esta acción incrementará el conocimiento de casos y, por tanto, la necesidad de su asistencia.
Con todo ello queda patente que esta tarea es ingente y que sólo puede ser llevada a cabo por la sanidad pública con el apoyo del Estado.
Bajo su punto de vista, ¿qué aspectos clave deberían incorporar estas propuestas? ¿Echa en falta alguna medida de interés fundamental?
Hay algunas comunidades en las que ya funcionan algunas de estas medidas y, al menos sobre el papel, parecen adecuadas y con una explicitación de las funciones del psicólogo ajustadas a su capacidad de formación y desempeño.
En lo que respecta a la puesta en marcha de estos servicios, es esencial determinar el rango de edad al que van dirigidos. Yo creo que debe ser de cero meses hasta dieciocho años si se quiere hacer algo realmente eficaz y realista.
Asimismo, creo que es esencial que consten las funciones de prevención primaria, secundaria y terciaria, que se pueden llevar a cabo en los diferentes contextos: centros escolares, servicios hospitalarios, ambulatorios
Finalmente, se deben tener en cuenta las cifras que proporciona la epidemiología para ajustar el número y tamaño de las acciones, así como no se debe descuidar contar con las tareas de colaboración con la investigación, un aspecto esencial en este campo.
En relación con el tratamiento de los trastornos de salud mental en la población infanto-juvenil, ¿qué papel juega la psicología? ¿Cuáles deben ser los tratamientos de primera elección, de acuerdo a la evidencia científica, para el abordaje de los problemas de salud mental más frecuentes en niños y adolescentes?
La psicología juega un papel esencial por varias razones. En primer lugar, los niños son muy plásticos y, por tanto, muy sensibles a los cambios de hábitos, que es una medida básica que la propuesta terapéutica psicológica preconiza. En segundo lugar, también hay que pensar que la adecuada acción psicológica tiene, por regla general, efectos duraderos que pueden proporcionar al niño o adolescente estrategias de afrontamiento útiles para usar de por vida. En tercer lugar, hay que tener en cuenta que desde siempre, pero especialmente desde 2009, se ha venido alertando de los efectos nocivos de los tratamientos farmacológicos, sobre todo, en niños y jóvenes, al mismo tiempo que sabemos que la intervención terapéutica psicológica no presenta efectos secundarios nocivos.
Respecto de la eficacia de las distintas terapias psicológicas se puede afirmar, sin género de dudas y dada la consistencia de los datos que tenemos actualmente, que la terapia psicológica tiene efectos positivos cuando se la compara frente a un grupo control.
La eficacia diferencial de las distintas propuestas terapéuticas es un tema más controvertido. La técnica que más ha controlado y medido su eficacia es la cognitivo-conductual. Por tanto, hay más datos sobre esta instalación teórica que sobre otras. Asimismo, cuando se parte de estudios que cumplen todas las normas científicas para las investigaciones sobre eficacia de tratamientos, como es el cuidado en la obtención de la muestra, la comparación con grupos de control sin intervención y con grupos de control con otras intervenciones e intervenciones placebo, etc., los resultados muestran que la terapia cognitivo-conductual es más eficaz que cualquier otro tipo de intervención psicológica, seguida de cerca por las terapias interpersonales.
La recomendación es que se acepte toda terapia psicológica que se atenga a la norma del registro objetivo de los datos y la posibilidad de replicabilidad de los mismos.
Este mismo mes acaba de aparecer un artículo en una revista científica americana acerca de la eficacia de los programas de prevención primaria sobre depresión llevados a cabo en EE.UU., en el que se demuestra que la depresión mayor puede prevenirse eficazmente. Dado que se estima que la depresión se va a convertir en el trastorno más prevalente en la próxima década, invertir en estrategias de prevención no sólo ahorraría sufrimiento personal, sino ingentes sumas de dinero.
El pasado mes de junio se debatió en el Senado otra proposición no de ley referente a la creación de las especialidades de psiquiatría del niño y adolescente y de psicología de la infancia y adolescencia. No obstante, en esta ocasión, el Senado, a instancias del PP, rechazó crear la especialidad de psicología clínica de la infancia y adolescencia. Teniendo en cuenta la presentación de esta nueva proposición no de ley para impulsar el tratamiento de la salud mental infanto-juvenil, ¿qué opinión le merece la decisión de aprobar únicamente la especialidad de psiquiatría del niño y adolescente?
Supone anclarse en el pasado y aceptar las presiones de los grupos de influencia en menoscabo de la efectividad.
Para finalizar, ¿le gustaría añadir otro comentario más al tema que nos ocupa?
Si queremos mejorar la salud de los niños y adolescentes tenemos que lograr que padres, maestros, médicos, cuidadores, monitores y todas aquellas personas que tengan relación con los niños remen en la misma dirección, teniendo en cuenta los conocimientos científicos que hoy poseemos. Creo además que hay que estar abiertos a incrementarlos e implementarlos. Naturalmente, dada la envergadura de la tarea, esto sólo puede llevarse a cabo con la voluntad política de hacerlo por parte de los responsables y agentes sociales.